Pesca de tucunarés en el Río Negro, afluente del Amazonas

Jorge Michelini

El Río Negro que por su caudal es el segundo afluente del río Amazonas, se caracteriza por presentar en sus aguas de ligero color té una importante acidez que impide la existencia de insectos de estadío sumergido y sólo permite una escaza vegetación acuática. Así lo determina el recorrido de su largo curso. Se origina como río de montaña carente de sedimentación, en el macizo de Guaina al sur de Colombia, bajo el nombre de Rio Guaina. En tierras venezolanas se le incorpora el “Río Conseguire” donde adopta su nombre definitivo. Ya entrado en la región de la Amazonia se ralentiza y expande en un amplio valle de inundación a la vez que va perdiendo profundidad.

 

 

Es un río que impresiona al navegarlo al punto de presentarse a la vista como un gran lago con islas. Por descomposición de algunos vegetales propios de la selva estacionalmente sumergida, va impregnándose de su típica coloración al tiempo que incorpora varios ácidos de origen orgánico de los suelos.

Este ámbito en un clima tropical resulta propicio para albergar una profusa variedad de peces; muchos de ellos ideales para la pesca con artificiales. Entre ellos sobresale el tucunaré por su voracidad y potente combatividad. En realidad, son distintas especies que tienen en común la fisonomía y el ocelo en su cola, pero se individualizan unas de otras por variaciones por su tamaño, coloración y potencia. Abundan en el Río Negro el Acú (se pronuncia Azu) que es el de mayor tamaño y que presenta en su cuerpo tres rayas verticales muy coloridas y brillantes. El Pacá en cambio es oscuro su cuerpo con líneas intermitentes blancas. Es más pequeño que el anterior pero tremendamente fuerte. El Tauá, menos colorido pero muy agresivo e incansable. Finalmente, el Barboleta o Mariposa que lleva tres manchas iguales a la de la cola en el cuerpo.

 

 

De igual manera responden a la pesca con artificiales las picudas, una especie variedad de pequeña barracuda adaptada al agua dulce, las tarariras y los surubíes entre otras especies de estas aguas.

La pesca resulta tan entretenida como sorprendente. La temporada va de octubre a marzo variando mucho la localización de los peces de acuerdo a la altura del río.

Realizamos nuestro viaje en octubre con el río crecido y aun inundando la selva. Con este panorama los peces se adentran en ella procurando alimento y seguridad. Es difícil encontrarlos en los lugares abiertos y se lo busca en los bordes de la vegetación, en los canales que se adentran en la espesura y en las pequeñas lagunas que se forman en algunos limpiones de la maleza. Muchas veces exigen maniobras de atracción para hacerlos salir de su escondite e interesarlos en nuestros engaños. Excepcionalmente en río abierto pueden verse en lo que se llama “piaradas” que producen cuando las grandes hembras para alimentarse dejan salir de su boca la nutrida prole que transportan de esa manera para protegerla de los predadores. En esas situaciones se visualiza en la superficie un círculo inquieto de pequeños pececillos, a la que hay que aproximarse muy sigilosamente con la embarcación a remo o pértica, hasta alcanzar con nuestro lance un lugar próximo a aquel sector. Tanto esfuerzo puede y merece ser premiado con una captura importante.

 

 

En esta oportunidad las mejores capturas las logramos con los deceivers y los clousers minnow lastrados, en variedad de tamaños del 2 a al 3/0 según la tabla de anzuelos Mustad para resolver distintas situaciones de pesca.

A partir de noviembre la pesca cambia ya que el río se encajona en su cauce, formando ese paisaje característico de agua oscura contrastando con un borde de arena muy blanco que se antepone a la espesa selva. Es cuando, los peces obligados a cambiar su postura y situarse dentro del rio responden raudamente a los poppers y divers.

La tomada del tucunaré es extremadamente tan violenta como vigorosa y la primera llevada la realiza procurando el amparo de la costa o la vegetación. Para que la clavada del pez sea efectiva, debe hacerse con un tirón de la línea y no levantando la caña, tal como suele exigirnos un dorado. Los peces más grandes parecen tener hábitos solitarios mientras que en un mismo mientras que los más pequeños o medianos comparten un mismo sector del río.

Los equipos de acción 7 a 9 resultan aptos para esta pesca aún con peces de tamaño mediano por cuanto en todos los casos se usan moscas voluminosas. Además, el pique es variado: En un mismo sector playo o laguna como llaman los guías donde la actividad es visible, puede encontrarse que juntamente con peces pequeños convivan otros mayores.  Los reels deben ser potentes aunque no en extremo y con buen freno, cargados con una moderada cantidad backing  grueso ya que no notamos que se dieran largas llevadas.  Se emplearon mayormente líneas flote para aguas tropicales propias para especies que atacan de abajo hacia arriba, aunque en los escasos momentos de viento o en los lugares más profundos las líneas sinking tip también ofrecieron buenos resultados. Con una de ellas, cuando se advertía la presencia de peces importantes que no respondían a las moscas en superficie, tuve la suerte de capturar un surubí atigrado de buen tamaño. Ciertamente en la lancha cada pescador llevaba armado un equipo de flote otro sinking tip y además un equipo de spinning con poppers voluminosos o también jiggins, usados por el guía para activar la zona si resultase necesario.

 

 

Las moscas de 12 a 15 cm resultaron apropiadas. Estas deben ser siempre coloridas y barradas pues en realidad el forraje lo constituyen los peces de acuario que de allí se exportan al mundo.  Se usan preferentemente los materiales sintéticos como el craft fur o las fibras E Puglissi, pues las de pelo de ciervo y plumas son rápidamente destruidas por fuertes mordidas de la especie. Las cabezas muddler y el topping oscuro son irrelevantes en esta pesca. La combinación de colores más productivos fue la del rojo o naranja con amarillo; el rojo con blanco y el verde, preferentemente fluorescente, con importantes agregados de brillos.

 

 

Las operaciones de pesca se concentran en Barcelos, una ciudad puerto con algunos edificios coloniales a 500 km de Manaos, a la que se llega avión o ferryboat, y las opciones son alojarse en hoteles flotantes en algún punto del río o directamente en barcos con camarotes suficientes que fue nuestra opción.

La pesca se realiza desde lanchas rápidas de casco de aluminio duro para soportar los embates con los números troncos que es frecuente interceptar en el río.

 

 

La salida se organiza durante una semana de pesca a lo largo de la que todos los días se recorren lugares distintos por que se navega permanentemente. Cada jornada se divide en dos tramos: del primero de las 7:00 am hasta las 11: 00 am y el segundo de las 15.30 a hasta el oscurecer 18.30 pm. aproximadamente, para evitar la hora de mayor temperatura y permitiendo disfrutar cómodamente del almuerzo y un tiempo de reposo si se desea. La convivencia a bordo fue excepcional y el ambiente, muy agradable.

La pesca resulta tan intensa como variada llenando de anécdotas cada día. Los llamados Botos son delfines blancos adaptados al ambiente dulcícola, a los que la luminiscencia del agua hace ver de color rosa. Ellos conviven con el pescador procurando capturar las presas que uno libera.  No se los ve temerosos, aunque también es cierto que no son perseguidos ni tienen predadores. Otra presencia constante, aunque silenciosa, que no pasa desapercibida son los enormes yacarés.

Remontando rio arriba desde Barcelos hay algunas pequeñas poblaciones de pescadores, más arriba nos sumergimos en la magnificencia exuberante de la selva amazónica alborotada por los sonidos salvajes de las aves y diversos animales difíciles de ver en la espesura que nos rodea. Algunas pocas veces hemos logrado ver a la distancia la presencia de habitantes originarios abocados a tareas de pesca con redes manuales desde primitivas canoas de tronco ahuecado, de los que los guías toman respetuosa distancia para no alterar su medio.

 

 

 

A esta excelente pesca se suma la vivencia en la soledad de la profusa selva conservada en gran medida, con una fauna por demás atractiva y la variedad de deliciosas comidas típicas que ofrecen. Una conjunción que proporciona un bienestar difícil de igualar y que bien vale la pena disfrutar tantas veces como se pueda.